RETO TOKIO CAPITULO 8 - UNOS ANIMALES EXTRAÑOS (Sparkle/Your Name)

 

Rey Potro 07 despertó al amanecer, con los primeros rayos de sol filtrándose a través de los árboles. Había dormido poco y mal, pero el sonido suave del bosque lo animó a levantarse. Se calzó las botas, ajustó su chaqueta de cuero y retomó el camino, todavía sintiendo la tranquilidad que había ganado la noche anterior. Sin embargo, pronto descubriría que el bosque tenía más sorpresas reservadas para él.

El sendero se volvió menos definido, como si el bosque quisiera que se guiara por instinto. A medida que avanzaba, empezó a notar algo curioso: movimientos rápidos entre los arbustos, como sombras que se deslizaban fuera de su vista. Primero pensó que se trataba de animales comunes, pero al fijarse mejor, vio que algunas de esas criaturas no parecían encajar con nada que conociera.

El primero en aparecer fue un ser pequeño y amarillo, con grandes orejas puntiagudas y una cola en forma de rayo. Estaba de pie sobre una roca, observándolo con ojos grandes y brillantes. Rey Potro se detuvo en seco, sorprendido.

— ¿Qué demonios eres tú? —murmuró, acercándose lentamente.

La criatura inclinó la cabeza con curiosidad y, de repente, lanzó un sonido peculiar que casi parecía un nombre: "Pikachu". Rey Potro se quedó congelado, incapaz de procesar lo que veía. ¿Un animal que hablaba?

 


Antes de que pudiera acercarse más, el pequeño ser dio un salto y desapareció entre los arbustos. Rey Potro lo siguió con la mirada, pero no trató de perseguirlo. Algo le decía que ese bosque estaba lleno de cosas que no entendería del todo.

A medida que avanzaba, se cruzó con más de estas criaturas. Una con el cuerpo cubierto de fuego que se deslizaba por un tronco caído; otra con alas que brillaban como joyas mientras volaba por encima de los árboles. Había una en particular, parecida a una tortuga con un caparazón azul, que lo miró fijamente desde la orilla de un riachuelo antes de sumergirse con un chapoteo.

Rey Potro comenzó a sentirse como un intruso en un mundo que no le pertenecía. Aunque las criaturas no parecían hostiles, tampoco se acercaban demasiado. Era como si lo aceptaran solo como un observador.

Pasado el mediodía, encontró un claro donde el sol iluminaba un círculo perfecto en el suelo cubierto de hierba. Allí, un grupo de criaturas pequeñas y redondas, con ojos brillantes y patas cortas, parecían estar jugando. Se lanzaban una especie de esfera luminosa entre ellas, riendo y emitiendo sonidos que parecían música. Rey Potro se sentó en silencio a observar, sintiendo una calma extraña, casi hipnótica. Por un momento, olvidó su misión, su coche y los alienígenas. Solo existía ese instante.

Más adelante, el bosque comenzó a cambiar. Los árboles eran más altos, sus ramas formaban un techo cerrado que apenas dejaba pasar la luz. Había un aire de misterio, como si cada paso lo adentrara en un mundo más profundo y antiguo. En este tramo, las criaturas parecían más esquivas, pero también más imponentes. Un ser con plumas iridiscentes cruzó su camino, emitiendo un canto que hizo eco entre los árboles. Más adelante, una figura enorme, parecida a un ciervo con cuernos que parecían hechos de cristal, lo miró desde la distancia antes de desaparecer como un espejismo.

—Este lugar es... increíble —murmuró para sí mismo. No entendía qué eran esas criaturas ni por qué estaban allí, pero había algo mágico en su presencia.

Al caer la tarde, llegó a un riachuelo donde una criatura parecida a un pez dorado saltaba entre las aguas cristalinas. Rey Potro se inclinó para beber y vio su propio reflejo en el agua, rodeado por destellos de colores que no provenían del sol, sino de las criaturas que se movían a su alrededor. Por primera vez en mucho tiempo, sintió una mezcla de humildad y asombro.

Decidió seguir caminando, respetando el espacio de los extraños habitantes del bosque. Aunque la curiosidad lo carcomía, sabía que no era su lugar intentar capturarlos o interferir en su mundo. El bosque tenía sus propias reglas, y él era solo un visitante temporal.

El día avanzó, y Rey Potro encontró un pequeño refugio natural donde pudo descansar y reflexionar sobre lo que había visto. Las criaturas, aunque extrañas, parecían formar parte de un equilibrio perfecto en el bosque. Quizás había algo que aprender de ellas, algo que podría ayudarlo en su misión contra los alienígenas.

Mientras caía la noche, Rey Potro se recostó bajo un dosel de hojas, mirando las estrellas que apenas se asomaban entre las ramas. El sonido del bosque lo envolvía, y aunque seguía sintiendo que estaba lejos de entenderlo todo, una pequeña parte de él comenzaba a aceptar el misterio.

Por la mañana, con el canto de las aves desconocidas despertándolo, retomó el sendero. Las criaturas parecían menos visibles, como si supieran que él estaba a punto de abandonar el bosque. Sin embargo, antes de salir, tuvo un último encuentro: una criatura majestuosa, de piel dorada y ojos llenos de sabiduría, apareció frente a él. Sus movimientos eran lentos y ceremoniosos, como si quisiera transmitir algo. Rey Potro permaneció inmóvil, permitiendo que la criatura se acercara antes de que desapareciera entre los árboles, dejando tras de sí un leve brillo que se desvaneció como polvo de estrellas.

Con el amanecer, retomaría su camino hacia Kioto, pero sabía que el bosque había dejado una marca en él. Había encontrado algo más que un simple sendero: una conexión con un mundo que parecía existir fuera del tiempo. Y aunque no lo admitiera en voz alta, una parte de él deseaba volver algún día.



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