RETO TOKIO CAPITULO 12 - RETO KIOTO (2 phut hon/phao)
Tras el resplandor cegador de la Superestrella, Rey Potro se encontró de pie en un sendero de tierra húmeda. A su alrededor, el bosque japonés había quedado atrás, y ante él se alzaba la silueta de una ciudad que parecía haberse detenido en el tiempo. Kioto, pero no la Kioto moderna que conocía de las fotos. Esta era una ciudad feudal, donde las casas de madera con tejados de tejas curvas y faroles de papel iluminaban las calles estrechas. El aire estaba impregnado de una mezcla de historia y misterio, y Rey Potro sintió que había cruzado más que una simple frontera geográfica.
Rey Potro avanzó, sus botas resonando contra el suelo de piedra mientras observaba con asombro a su alrededor. Los comerciantes ofrecían sus productos en pequeños puestos de bambú, vendiendo desde telas finas hasta extraños amuletos que prometían protección contra espíritus malignos. El aire estaba impregnado del aroma a madera quemada, sopa de miso y el incienso que flotaba desde los altares improvisados. Los transeúntes, vestidos con kimonos tradicionales y sandalias de madera, lo miraban de reojo, extrañados por su apariencia moderna y sus gafas tecnológicas que brillaban débilmente bajo la luz de los faroles.
Mientras cruzaba un puente de madera sobre un riachuelo cristalino, escuchó una voz grave que lo llamaba.
—Forastero, ese no es un atuendo común por aquí.
Rey Potro se giró y vio a un hombre alto, con una katana al cinto y un sombrero de paja que le cubría parcialmente el rostro. Su yukata estaba desgastado por el tiempo, pero sus ojos brillaban con una mezcla de curiosidad y desconfianza.
—No estoy aquí para causar problemas —respondió Rey Potro, ajustándose las gafas—. Busco respuestas.
El hombre entrecerró los ojos y asintió lentamente.
—Las respuestas son difíciles de encontrar en estos tiempos. Pero tal vez el Templo Kiyomizu pueda ofrecerte alguna. Aunque no está aquí cerca. Está al este, más allá de las colinas.
Rey Potro frunció el ceño, mirando hacia donde el hombre había señalado. El templo sería su próximo destino, pero algo en el aire le decía que la ciudad tenía más secretos que revelar antes de partir.
— ¿Y qué hay aquí que deba saber antes de irme?
El hombre sonrió de lado, una mueca que no terminaba de ser amigable.
—Kioto es una ciudad de sombras y alianzas ocultas. No todos los que parecen amigos lo son. Mantén los ojos abiertos, forastero.
Rey Potro asintió, agradeciendo la advertencia. Se adentró más en la ciudad, donde las luces de los faroles empezaban a encenderse mientras el sol descendía. Las calles serpenteaban entre casas de madera, y los sonidos de la vida cotidiana se mezclaban con sus propios pensamientos. Niños corriendo, el repicar de una campana lejana, y el murmullo constante de un idioma que apenas comprendía.
A medida que avanzaba, se topó con una pequeña plaza donde un grupo de samuráis entrenaba, sus espadas brillando bajo la luz anaranjada del atardecer. Uno de ellos, un joven de mirada desafiante, lo observó con atención.
— ¡¿Eres un viajero de tierras lejanas?! —Gritó el joven—. Aquí no solemos ver a muchos como tú.
Rey Potro asintió con una sonrisa.
—Digamos que he tomado un camino poco convencional para llegar aquí.
El joven samurái se rio y volvió a su práctica, pero Rey Potro notó que varios ojos seguían sus movimientos. No era bienvenido, al menos no sin demostrar su propósito.
Siguiendo el consejo del hombre del puente, decidió explorar la ciudad antes de dirigirse al templo. Se adentró en un mercado cubierto, donde las sombras danzaban entre los puestos de productos exóticos. Un anciano encorvado le ofreció un amuleto de protección, murmurando algo sobre "espíritus inquietos" en la región. Rey Potro lo aceptó con una inclinación de cabeza, sin estar seguro de si creer en esas palabras, pero agradecido por cualquier ayuda.
Mientras continuaba su recorrido, escuchó rumores de conflictos entre clanes, de alianzas rotas y traiciones en la oscuridad. Cada esquina de Kioto parecía ocultar una historia, cada sombra un secreto. La ciudad no era solo un lugar de belleza ancestral, sino también un laberinto de intrigas que podrían atraparlo si no tenía cuidado.
En una de las callejuelas más angostas, Rey Potro encontró un pequeño dijo donde un maestro anciano enseñaba a un grupo de jóvenes. El maestro, al notar su presencia, se acercó lentamente.
—La energía que llevas contigo no es de este mundo —murmuró el anciano, sus ojos penetrantes estudiando a Rey Potro—. Cuida tu camino, forastero. Kioto puede ser hermosa, pero también es implacable con los desprevenidos.
Rey Potro agradeció el consejo con una reverencia, notando cómo las palabras del anciano resonaban con una verdad inquietante. La ciudad no solo era un escenario de su viaje, sino un personaje más en su historia, uno que lo observaba y desafiaba a cada paso.
Cuando la noche cayó por completo, las linternas de papel iluminaban el camino de regreso al puente. Rey Potro sabía que su destino estaba al este, en el Templo Kiyomizu, pero también entendía que Kioto no había revelado todos sus misterios. Con una última mirada a la ciudad feudal, prometió volver, porque sentía que su historia con Kioto apenas comenzaba.
Sabía que su camino hacia el Templo Kiyomizu estaba marcado, pero antes, Kioto tenía lecciones que enseñarle, y enemigos ocultos que desafiar. Con el corazón latiendo con fuerza y la mente alerta, Rey Potro continuó su aventura, listo para enfrentar lo que el futuro le deparara.




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