RETO TOKIO CAPITULO 14 - SABIDURIA SAMURAI (Opening 1 Rurouni Kenshin "Sobakasu")


 El amanecer pintaba el cielo de tonos anaranjados y rosados mientras Rey Potro se adentraba en el espeso bosque que conducía al Santuario Fushimi Inari. Aún en Kioto, sentía que cada paso lo alejaba del mundo que conocía y lo acercaba más a un universo donde la fuerza bruta no era el único camino para la victoria. Tras su arduo entrenamiento en el Templo Kiyomizu, comprendía que la verdadera batalla no siempre se libraba con espadas, sino dentro de la mente, en los rincones más profundos del alma.

El sendero serpenteante, cubierto de hojas caídas y sombras danzantes, estaba flanqueado por miles de toriis rojos que se alzaban como guardianes silenciosos de secretos milenarios. Cada arco que atravesaba parecía susurrarle antiguos misterios, y el viento entre los árboles llevaba consigo ecos de tiempos olvidados. El aire, impregnado de incienso y tierra húmeda, mezclado con la suave melodía de campanas lejanas, creaba una atmósfera casi onírica que lo envolvía por completo.



Mientras avanzaba, Rey Potro encontró a un anciano vestido con una túnica blanca, sentado tranquilamente al borde del camino, tallando una pequeña figura de madera con una destreza que denotaba años de práctica. Sus ojos, ocultos tras párpados caídos pero llenos de una luz interior, parecían verlo todo sin necesidad de alzar la vista.

—Forastero —dijo el anciano, su voz rasposa pero firme—, buscas respuestas, pero las respuestas que anhelas no están al final de este sendero, sino dentro de ti.

Rey Potro se detuvo, curioso pero también escéptico.


—Estoy buscando una forma de proteger mi mundo. ¿Cómo puede este lugar ayudarme?

El anciano sonrió, mostrando una hilera de dientes desgastados pero con una expresión de sabiduría genuina.

—El verdadero poder no está en la fuerza de tus brazos, sino en la claridad de tu mente y la pureza de tu propósito. Solo cuando comprendas esto, estarás listo para enfrentar cualquier amenaza, sin importar cuán grande o extraña sea.

Intrigado por sus palabras, Rey Potro continuó su camino, pero las frases del anciano resonaban en su cabeza como un eco persistente. Pronto, el sendero se abrió a una amplia explanada bañada por la luz dorada del sol naciente, donde varios monjes practicaban katas en perfecta sincronía. Sus movimientos eran fluidos, casi como si danzaran con el viento, y cada uno de ellos irradiaba una paz interior que Rey Potro aún no lograba alcanzar.



Uno de los monjes, un joven de mirada serena y voz suave, se le acercó.

—Tu espíritu está inquieto, forastero. Ven, únete a nosotros. Aprenderás que el control de la mente es el primer paso hacia la verdadera fuerza.

Sin saber exactamente por qué, Rey Potro aceptó la invitación. Pasó horas imitando los movimientos de los monjes, sintiendo cómo cada gesto, por simple que fuera, requería una concentración que no había experimentado antes. Sus músculos se tensaban al principio, pero con el tiempo, empezó a fluir con el ritmo del grupo, dejando que su mente se alineara con su cuerpo.


Durante los descansos, el joven monje le habló de la historia del santuario y de cómo los antiguos guerreros venían allí no para aprender a pelear, sino para encontrar su centro y fortalecer su espíritu.

—La fuerza sin control es como una espada sin filo —dijo el monje mientras compartían una infusión caliente—. Puede parecer intimidante, pero no sirve de nada en el momento crucial.

Esa noche, mientras el cielo estrellado cubría el santuario con su manto silencioso, Rey Potro se sentó solo frente a una pequeña linterna de piedra. Cerró los ojos y, por primera vez en mucho tiempo, dejó que su mente se aquietara. Las imágenes de sus aventuras pasadas, las batallas contra alienígenas y los desafíos que había enfrentado, desfilaron ante él como sombras fugaces. Pero en lugar de aferrarse a ellas, las dejó ir, como hojas arrastradas por el viento de la montaña.

Al día siguiente, mientras se preparaba para partir, el anciano que había conocido al llegar apareció nuevamente, como si el tiempo no hubiera pasado. Con una sonrisa enigmática y una mirada que penetraba hasta el alma, le entregó un pergamino sellado con cera roja.

—Cuando estés listo, este pergamino te mostrará el camino hacia una katana que no es como ninguna otra. Pero recuerda, no es la espada la que da poder al guerrero, sino el guerrero el que da propósito a la espada.

Rey Potro guardó el pergamino con cuidado en su chaqueta, sintiendo que, aunque aún tenía mucho que aprender, había dado un paso importante en su viaje. Con la mente más clara y el corazón más ligero, abandonó el Santuario Fushimi Inari, sabiendo que su verdadera fuerza no residía en su destreza física, sino en su capacidad de mantener la calma en medio del caos.

Mientras descendía por el sendero, el sol comenzaba a elevarse en el horizonte, iluminando su camino con una luz cálida y prometedora. Rey Potro sabía que el viaje aún no había terminado, pero ahora estaba preparado para enfrentarlo, con la sabiduría de un monje y la determinación de un guerrero.



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