RETO TOKIO CAPITULO 17 - EL ULTIMO SAMURAI (One Last Drive)

 

El sol comenzaba a despuntar en el horizonte cuando Rey Potro llegó a las majestuosas puertas del Castillo Himeji. Conocido como la "Garza Blanca" por su elegante estructura encalada y su diseño que parecía una garza a punto de alzar el vuelo, el castillo se alzaba imponente sobre la colina, con sus múltiples torres y techos curvados que brillaban bajo la luz matinal. La estructura, que había resistido siglos de historia y batallas, ahora parecía guardar secretos que Rey Potro estaba decidido a descubrir.



Cruzó el puente de madera que conducía a la entrada principal, escuchando el crujir de la madera bajo sus pies. Las paredes de piedra maciza y los gruesos portones de madera reforzada con hierro daban testimonio de la fortaleza del castillo. Al adentrarse, fue recibido por pasillos estrechos y escaleras empinadas diseñadas para confundir a los invasores. La luz se filtraba a través de pequeñas ventanas, proyectando sombras alargadas que danzaban en las paredes cubiertas de paneles de madera oscura.

Cada sala que atravesaba estaba impregnada de historia. Las habitaciones del castillo, con sus suelos de tatami y puertas corredizas de papel, conservaban un aire de solemnidad. Las armaduras de samuráis se alineaban contra las paredes, sus yelmos y máscaras de guerra mirando fijamente como si vigilaran a los intrusos. Las espadas antiguas colgaban en exhibiciones, pero ninguna correspondía a la legendaria katana que Rey Potro buscaba.



A medida que avanzaba por los corredores laberínticos, la frustración comenzaba a asentarse en su corazón. Revisó meticulosamente cada rincón: desde la gran sala de audiencias con su techo ornamentado hasta las torres de vigilancia que ofrecían vistas panorámicas de la ciudad de Himeji. Las salas estaban adornadas con biombos pintados que mostraban paisajes de montañas y ríos, y las ventanas de madera entrelazada dejaban entrar destellos de luz que iluminaban el polvo en el aire. Incluso descendió a los oscuros sótanos del castillo, donde la humedad y el eco de sus pasos creaban una atmósfera inquietante. Las celdas vacías y las cadenas oxidadas hablaban de un pasado sombrío, pero la katana superpoderosa que le habían prometido no estaba en ninguna parte.

Rey Potro no dejó piedra sin remover. Inspeccionó los paneles deslizantes en busca de compartimentos secretos, golpeó las paredes esperando escuchar un eco hueco que revelara un pasadizo oculto, y hasta subió a los áticos donde el polvo y las telarañas cubrían antiguos cofres vacíos. Cada nueva habitación que exploraba solo aumentaba su sensación de desilusión. La grandiosidad del castillo contrastaba con el vacío que sentía al no encontrar lo que había venido a buscar.

Finalmente, después de horas de búsqueda infructuosa, Rey Potro se detuvo en una de las terrazas del castillo. El viento fresco acariciaba su rostro mientras contemplaba el paisaje que se extendía más allá de los muros. La ciudad de Himeji vibraba con vida bajo sus pies, ajena a la búsqueda desesperada que lo había llevado hasta allí. Las calles serpenteaban entre tejados tradicionales, y en la distancia, los cerezos en flor pintaban el horizonte de un rosa suave.

Con el corazón pesado, comprendió que la espada no existía, o al menos no en este lugar. Se había aferrado a la esperanza de que encontrarla sería la clave para su misión, pero ahora esa esperanza se desvanecía como la niebla matinal. Bajó la cabeza, dejando que la realidad se asentara. Las palabras de los samuráis en el Templo Kiyomizu resonaban en su mente, recordándole que el verdadero poder no siempre se encuentra en un arma.

Descendió lentamente por las escaleras del castillo, cada paso resonando con el peso de su decepción. Los pasillos que antes le parecían llenos de promesas ahora se sentían vacíos y fríos. Al salir por las puertas principales, se detuvo un momento para mirar hacia atrás, observando la majestuosidad del Castillo Himeji una última vez. La estructura seguía siendo imponente, un testimonio de la historia y la resistencia, pero para Rey Potro, era también un recordatorio de las expectativas no cumplidas.

Aunque no había encontrado lo que buscaba, sabía que esta experiencia formaba parte de su viaje, una lección más en su camino. Cada obstáculo, cada decepción, lo moldeaba y fortalecía. Quizás la katana que ansiaba no era un objeto físico, sino una representación del poder interior que debía descubrir.

Rey Potro se alejó del castillo, frustrado y pensativo, con la mente llena de preguntas sin respuesta. El sonido de sus pasos en el camino de grava acompañaba sus pensamientos turbulentos. Sin embargo, en lo más profundo de su ser, una chispa de determinación seguía ardiendo. Sabía que su aventura no había terminado, y que, de una manera u otra, encontraría el poder que necesitaba para enfrentar los desafíos que aún le esperaban. Mientras el sol ascendía en el cielo, iluminando su camino, Rey Potro siguió adelante, listo para lo que el destino le tuviera preparado.



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