RETO TOKIO CAPITULO 22 - SUBIENDO AL MONTE FUJI (YOASOBI/IDOL)
La brisa marina de Miyajima quedaba atrás mientras Rey Potro, cargado de recuerdos imborrables del torneo de artes marciales, emprendía su camino hacia el imponente monte Fuji. La despedida con Goku y sus fieles Pokémon había sido un momento cargado de emoción y camaradería. “Nos volveremos a ver, Potro. Eres más fuerte de lo que crees”, le dijo Goku con una sonrisa sincera, mientras Bulbasaur y Squirtle lo miraban con ternura, y Luxray soltaba un leve rugido como despedida. Aquella escena se quedó grabada en su mente mientras avanzaba hacia un nuevo desafío.
El ascenso al monte Fuji fue mucho más que una simple travesía; era una odisea entre la naturaleza y sus propios pensamientos. A medida que Rey Potro se adentraba en los densos bosques de cedros centenarios, el crujir de las hojas secas bajo sus pies marcaba el ritmo de su avance. Los árboles, imponentes y majestuosos, parecían susurrarle historias de tiempos antiguos, mientras la niebla jugueteaba entre las ramas, ocultando y revelando senderos como si lo estuvieran poniendo a prueba.
Cada roca cubierta de musgo, cada arroyo cristalino que cruzaba su camino, se convertía en un recordatorio palpable de la conexión profunda entre el hombre y la naturaleza. El canto de las aves resonaba como un eco ancestral, y el suave murmullo del viento le recordaba las palabras de su maestro samurái: “La verdadera fuerza no está en la espada, sino en el alma que la empuña”.
Los recuerdos de su viaje pasaban por su mente como escenas de una película: las noches estrelladas en el Reino Champiñón junto a Mario, el bullicio de las calles de Kioto, las intensas batallas Pokémon en Nara, y las enseñanzas de los samuráis que aún ardían en su alma. Cada uno de esos momentos le daba fuerzas para seguir adelante.
El paisaje cambiaba constantemente, brindándole nuevos desafíos y maravillas: bosques espesos donde los rayos de sol apenas se filtraban, senderos rocosos que exigían cada gramo de su energía, y campos de flores silvestres que se extendían como alfombras multicolores. Un grupo de ciervos cruzó silenciosamente frente a él, y unos zorros lo observaban atentamente desde la distancia, como si también quisieran ser testigos de su épica travesía.
A lo lejos, divisó santuarios ocultos entre los árboles, donde bandadas de aves alzaban el vuelo al sentir su presencia. Los pequeños arroyos que serpenteaban por el paisaje ofrecían una melodía constante que acompañaba sus pensamientos, mientras su respiración se hacía más pesada con cada paso. Pero Rey Potro no se detenía. Cada roca que escalaba y cada tramo que superaba lo acercaban más a su destino.
El aire se volvía más frío a medida que ascendía, y el cansancio empezaba a hacer mella en su cuerpo. Sin embargo, su mente seguía firme, alimentada por los recuerdos y el deseo de estar listo para enfrentar lo que estaba por venir. Recordaba las palabras del anciano en Meiji, que ahora resonaban con mayor claridad: “El viaje forja al guerrero tanto como la batalla”.
Tras horas de ascenso, cuando parecía que la cumbre seguía fuera de su alcance, la niebla comenzó a disiparse lentamente. Un amanecer dorado rompió la oscuridad de la noche, iluminando la cima del monte Fuji con una luz celestial. Allí, como si lo estuviera esperando, estaba Han, apoyado en su reluciente Nissan Skyline, junto al resto del equipo. Su sonrisa tranquila y confiada le dio a Rey Potro una oleada de esperanza.
—Sabía que llegarías, hermano. Este es tu momento —dijo Han, extendiéndole las llaves de su coche.
—Habéis traido mi coche —dijo rey potro, alegrándose y cogiendo las llaves.
Un rugido rompió el silencio sereno de la montaña. Desde la distancia, un Toyota Trueno AE86 se acercaba con precisión letal. El Corredor de las Montañas había llegado. Frente a él, sin casco y con una actitud calmada, estaba Takumi Fujiwara, el legendario corredor del Toyota Trueno AE86.
Takumi lo observó con una leve sonrisa.
— ¿Así que tú eres el que viene a desafiarme? —preguntó con naturalidad.
Rey Potro asintió, sintiendo un escalofrío. La calma de Takumi era desconcertante. Sabía que no debía confiarse. Este no sería un duelo cualquiera. Este enfrentamiento a toda velocidad definiría su futuro.




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