RETO TOKIO CAPITULO 3 - UN NIÑO MUY DIVERTIDO (89Ers/Go Go Go Go Version Night core)

 

Rey Potro se levantó de la mesa y miró a Shin Chan, quien seguía rodeado de chicas.
— ¡Eh, Shin Chan! —Lo llamó Rey Potro, alzando la voz por encima del bullicio—. ¡Es hora de irnos!

Shin Chan, con una gran sonrisa, se despidió de las chicas con un exagerado gesto de galán.
— ¡Adiós, mis bellas damas! ¡Volveré antes de que me extrañen demasiado!

Las chicas rieron, mientras el pequeño corría hacia Rey Potro, que lo esperaba apoyado contra su Ford Fiesta.
— ¿A dónde vamos ahora? —preguntó Shin Chan, emocionado.

Rey Potro se rascó la cabeza.
—Han me dio unas instrucciones importantes, pero antes de cualquier aventura necesito comida. ¿Dónde se come bien por aquí?

Los ojos de Shin Chan brillaron.
— ¡Sushi! ¡Tienes que probar el mejor sushi de Tokio! Conozco un lugar perfecto.

Sin más preámbulos, Rey Potro arrancó el coche, siguiendo las indicaciones caóticas de Shin Chan hasta un pequeño restaurante escondido en una calle lateral. El lugar era acogedor, con lámparas de papel iluminando las mesas y un aroma que hacía rugir el estómago.

 


Se sentaron en la barra, y el chef, un hombre de rostro serio y manos hábiles, les sirvió un surtido de sushi perfectamente preparado.

— ¡Esto se ve increíble! —comentó Rey Potro, tomando un nigiri de salmón. Lo devoró de un bocado, disfrutando del sabor fresco del pescado.

Shin Chan, mientras tanto, ya estaba pidiendo más platos, hablando con el chef como si fuera un cliente habitual.
— ¡Y también quiero más gyozas! ¡Ah, y una bola de arroz con salsa extra!

El chef asintió con una leve sonrisa, acostumbrado a los caprichos del pequeño.

Todo iba bien hasta que Shin Chan señaló un pequeño montículo verde en el plato de Rey Potro.
— ¡Oye, eso es wasabi! Es lo mejor. Tienes que probarlo.

Rey Potro tomó un poco con los palillos, sin sospechar nada.
— ¿Esto? Parece inofensivo.

Shin Chan lo miró con una sonrisa maliciosa.
—Sí, sí, no pica nada.

Rey Potro se llevó el wasabi a la boca y, en un instante, su rostro cambió. Una oleada de calor subió por su garganta hasta su nariz, y sus ojos comenzaron a lagrimear.
— ¡¿Qué demonios es esto?! —exclamó, mientras buscaba desesperadamente agua.

Shin Chan estalló en carcajadas, golpeando la mesa con las manos.
— ¡Te lo dije! Bueno, no del todo, pero es divertido, ¿no?

El chef, conteniendo una risa, le ofreció un vaso de té verde.
—Ayuda con el picante —dijo en un inglés pausado.

Rey Potro bebió de inmediato, calmando el ardor.
—Esto no es comida, es un arma.

Shin Chan seguía riendo mientras engullía un rollo de sushi.
— ¡Eres un tipo duro, Rey Potro! Pero hasta los duros tienen que aprender a respetar el wasabi.

Después de la divertida experiencia culinaria, ambos salieron del restaurante con los estómagos llenos y los ánimos renovados. Rey Potro miró a Shin Chan, quien saltaba de un lado a otro de la acera.
—Bueno, pequeño, ahora sí. Tenemos que descansar, mañana tenemos que buscar ese santuario.

— ¡Claro que sí! Pero la próxima vez yo elijo el postre —respondió Shin Chan, dándole una palmadita en la espalda.

Subieron al coche y, con las luces de Tokio como fondo, se dirigieron buscando un hotel por la zona. Rey Potro y Shin Chan, agotados después del día lleno de emociones, llegaron a un peculiar hotel cápsula recomendado por una de las chicas de Daikoku Futo. El edificio era moderno, con luces de neón y una recepción minimalista.

 


— ¿Esto es un hotel? —preguntó Rey Potro, mirando con curiosidad las pequeñas cápsulas alineadas como colmenas futuristas.

Shin Chan asintió con entusiasmo.
— ¡Sí! Es como dormir en una nave espacial. ¡Es genial!

El recepcionista, un hombre impecablemente vestido, les entregó las llaves de sus cápsulas y les explicó las reglas. Rey Potro no entendió mucho, pero asintió con seriedad.

Cuando llegó a su cápsula, Rey Potro quedó impresionado. Aunque era pequeña, tenía todo lo necesario: una cama cómoda, luces ajustables y una pequeña pantalla para entretenimiento. Shin Chan, en cambio, ya estaba en su cápsula al lado, jugando con los controles como si estuviera en un videojuego.

—Esto está más avanzado que mi coche —comentó Rey Potro mientras exploraba los botones.

Después de acomodarse, Rey Potro decidió usar el baño antes de dormir. Se dirigió al área común, donde los baños brillaban con una limpieza impecable y una tecnología abrumadora. Entró a uno de los cubículos y cerró la puerta, observando el retrete como si fuera una máquina alienígena.

 


— ¿Qué demonios es esto? —murmuró, viendo la cantidad de botones y símbolos en el panel lateral.

Se sentó con cautela y, al presionar un botón al azar, una melodía relajante comenzó a sonar en los altavoces.
—Bueno, esto no está tan mal... —dijo, relajándose.

Pero entonces, otro botón que apretó accidentalmente activó un chorro de agua inesperado. Rey Potro saltó, completamente sorprendido.
— ¡¿Qué rayos fue eso?!

El chorro no se detuvo, y Rey Potro comenzó a pulsar todos los botones intentando apagarlo. En su desesperación, activó aún más funciones: luces intermitentes, un aroma floral que llenó el aire y una ráfaga de aire caliente que casi lo despeina.

— ¡Es un ataque coordinado! ¡Este baño está poseído! —gritó mientras intentaba esquivar los chorros.

Shin Chan, que había escuchado el alboroto desde su cápsula, llegó corriendo.
— ¡Rey Potro, ¿estás peleando con el retrete?!

— ¡Esto no es un retrete, es un arma alienígena! —respondió Rey Potro, mientras presionaba un botón grande que finalmente apagó todas las funciones.

Shin Chan se inclinó hacia adelante, observando con fascinación.
—No sabes usarlo, ¿verdad?

— ¿Usarlo? ¡Esto debería venir con un manual de instrucciones! —se quejó Rey Potro, secándose con una toalla que colgaba cerca.

Shin Chan no pudo contener la risa.
— ¡Eres un héroe contra alienígenas, pero un baño japonés casi te derrota!

Rey Potro salió del cubículo con la frente en alto, a pesar de la derrota.
—No digas nada de esto a nadie, ¿entendido?

Shin Chan levantó una mano como si estuviera jurando.
— ¡Prometido! Aunque, si me das tu coche, tal vez lo olvide más rápido...

Ambos regresaron a sus cápsulas, y aunque Rey Potro no lo admitiría, estaba impresionado por la tecnología del baño japonés.

—Esto es solo el comienzo, ¿verdad? —murmuró antes de quedarse dormido, mientras Shin Chan roncaba felizmente en la cápsula de al lado.

A la mañana siguiente, con energías renovadas y una anécdota más para contar, se prepararon para dirigirse al Santuario Meiji, donde Rey Potro esperaba encontrar el camino para convertirse en un verdadero guerrero.



 


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