RETO TOKIO CAPITULO 5 - LA LEYENDA DEL CORREDOR DE LAS MONTANAS (Initial D/Remember Me)

 

Rey Potro llegó al Santuario Meiji con la mente llena de dudas y preguntas. Había oído hablar de la sabiduría de los samuráis, pero no podía imaginar cómo unos rituales antiguos y ceremonias espirituales podrían prepararlo para enfrentarse a una invasión alienígena.



Mientras cruzaba el sendero de piedra que llevaba al corazón del santuario, un anciano con kimono oscuro y semblante sereno lo detuvo.

—Forastero, este lugar no es para turistas. ¿Qué buscas aquí?

Rey Potro se pasó una mano por el cabello, suspirando.

—Me dijeron que aquí aprendería a ser un samurái. Que encontraría algo... útil. Pero no sé ni por dónde empezar.

El anciano entrecerró los ojos y sonrió apenas.

—Útil, dices. Los samuráis no buscaban la utilidad, sino la armonía. Tal vez no seas más que un carro mal ajustado que hace ruido en su viaje.

Molesto por las palabras del anciano, Rey Potro apretó los puños.

—Mire, no tengo tiempo para acertijos. Estoy aquí porque el mundo se está yendo al carajo, y alguien dijo que este era el lugar para aprender. Así que, ¿qué sigue?


El anciano no respondió. Simplemente hizo un gesto para que lo siguiera.

—Ser un samurái no es solo una cuestión de combate. Es un camino de disciplina, honor y equilibrio. Antes de enfrentarte a cualquier enemigo, primero debes enfrentarte a ti mismo.

Intrigado, Rey Potro siguió al anciano hacia una sala dentro del santuario, decorada con pinturas tradicionales y espadas antiguas colgadas en las paredes. El anciano le ofreció una taza de té, que Rey Potro aceptó con cierto nerviosismo.

—Para entender lo que significa ser un samurái, primero debes comprender tres principios fundamentales —dijo el anciano, señalando una pintura que mostraba una espada, una montaña y un río—. La espada simboliza la precisión y la fuerza. La montaña, la paciencia y la perseverancia. El río, la adaptabilidad y la humildad.



Rey Potro asintió lentamente, tratando de procesar las palabras.

—¿Y cómo se supone que voy a aprender todo eso?

El anciano sonrió ligeramente.

—El aprendizaje no es algo que puedas apresurar. Aquí, en este santuario, encontrarás pruebas que pondrán a prueba tu espíritu y tu carácter.

Durante los días siguientes, Rey Potro fue sometido a una serie de lecciones que lo desconcertaron más de lo que lo ayudaron. Primero, tuvo que copiar caracteres kanji en pergaminos durante horas, intentando imitar la caligrafía precisa del anciano. Su falta de paciencia le jugaba en contra, y más de una vez el pincel se le escapó de las manos, dejando manchas de tinta por todas partes.

—¿Qué tiene que ver esto con combatir alienígenas? —preguntó irritado, dejando caer el pincel sobre la mesa.

El anciano lo miró con calma.

—Si no puedes controlar tu mano, ¿cómo esperas controlar tu espada?

En otra ocasión, le pidieron que transportara grandes cubos de agua desde un río cercano al santuario, subiendo y bajando una empinada colina. Para Rey Potro, acostumbrado a la velocidad de su coche, esta tarea parecía una pérdida de tiempo. Con cada viaje, su frustración crecía.

—Esto no me está enseñando nada. Solo me estás haciendo cargar agua como un burro.

El anciano, que lo observaba desde la sombra de un árbol, respondió sin inmutarse.

—Un samurái debe saber soportar el peso del deber sin quejarse.

Por las noches, intentaba meditar bajo una cascada helada. El agua le caía con fuerza sobre los hombros, y cada segundo bajo el chorro era un desafío a su resistencia. Pero en lugar de encontrar calma, Rey Potro solo sentía enojo y desconcierto.

—¡Esto es inútil! —gritó al anciano después de una de sus sesiones.

—Inútil solo si tú decides que lo sea —respondió el anciano con la misma tranquilidad de siempre.

Más dudas que respuestas

Rey Potro comenzó a cuestionarse seriamente si todo esto tenía algún sentido. No entendía cómo escribir caracteres, cargar agua o congelarse bajo una cascada podrían prepararlo para luchar contra alienígenas. En su mente, el camino del samurái era algo más épico, algo que implicaba acción y valentía, no tareas mundanas y lecciones abstractas.

Una tarde, mientras practicaba con una espada de madera en el patio, decidió confrontar al anciano.

—He hecho todo lo que me has pedido, pero no siento que esté aprendiendo nada. Solo estoy perdiendo el tiempo aquí.

El anciano asintió lentamente, como si hubiera estado esperando ese momento.

—Tal vez este santuario no sea el lugar adecuado para ti. El camino del samurái no puede ser aprendido por quienes no están listos para escuchar. Pero hay un lugar donde podrías entender mejor lo que significa ser un guerrero.

Rey Potro cruzó los brazos, intrigado.

—¿Y dónde está ese lugar?

—En el Santuario Togoshu. Allí, el entrenamiento es diferente, más físico, más directo. Tal vez sea lo que necesitas para abrir tu mente.

Antes de partir, el anciano decidió contarle una historia que, según él, era crucial para entender el camino que Rey Potro estaba por recorrer.

—Hace muchos años, en las montañas, existía un corredor legendario. Se decía que su velocidad y habilidad eran incomparables, y que nadie podía derrotarlo en una carrera. Pero su verdadero poder no estaba en sus piernas, sino en su espíritu indomable y su conexión con la naturaleza. Según la leyenda, quien logre vencerlo en una carrera habrá dominado los principios del samurái: precisión, paciencia y adaptabilidad.

Rey Potro frunció el ceño, intrigado.

—¿Y qué tiene que ver eso conmigo?

El anciano lo miró con seriedad.

—Ese corredor no es una persona común. Es una prueba viviente, un espíritu que aparece solo ante quienes están listos. Si deseas estar preparado para enfrentarte a los alienígenas, primero tendrás que enfrentarte a él. Pero cuidado, porque solo los que han aprendido a dominarse a sí mismos pueden siquiera aspirar a seguir su ritmo.

Rey Potro dudó por un momento, pero luego asintió, decidido a enfrentar cualquier desafío que se le presentara. El anciano le entregó un pergamino con instrucciones para llegar al Santuario Togoshu.

Rey Potro frunció el ceño, dudando de las palabras del anciano, pero al mismo tiempo sintiendo que no tenía otra opción.

—Está bien. Iré a ese lugar. Pero espero que no me hagan cargar más agua.

El anciano esbozó una pequeña sonrisa y le entregó un pergamino con instrucciones para llegar al Santuario Togoshu.

—Recuerda, Rey Potro, el verdadero enemigo no son los alienígenas, sino las dudas dentro de ti. Cuando las conquistes, serás verdaderamente invencible.

Rey Potro no estaba seguro de lo que quería decir, pero tomó el pergamino y salió del Santuario Meiji, decidido a encontrar respuestas en otro lado.



Comentarios